Francesco Tonucci, en su obra “La Ciudad de los Niños”, afirma que los aprendizajes más importantes del individuo se han dado antes entrar por primera vez a la escuela, pero al mismo tiempo se carece de maestros, programación y conocimientos específicos a la hora de abordar esta etapa tan importante de la vida.

De hecho, es tan acelerado el proceso de evolución del niño que comienza a vivir, que en muchos aspectos podemos ver representada la evolución de la especie –aunque hubiese durado miles de años filogenéticamente hablando-, en los primeros años de vida del individuo, es decir, su ontogenia.

Por ejemplo, a nivel morfológico específicamente, la columna vertebral, presenta una evolución muy similar tanto a nivel ontogénico como filogénico: Hace miles de años, los prehomínidos presentaban formas de desplazamiento en cuatro apoyos, conocida como cuadrupedia, esto debido a que la columna no tenia las curvas que presenta hoy, sobre todo, la llamada lordosis lumbar; tuvo que pasar miles de años para que, debido a las necesidades de adaptación, el prehomínido empezara a modificar su posición, donde generación tras generación, se acentuó la curvatura lumbar para lograr finalmente ponerse de pie.

Hoy en día, este proceso se repite de manera similar en un niño durante tan solo ocho años. Cuando el niño nace, no presenta curvaturas raquídeas, por el contrario, la zona lumbar es cóncava (hacia delante) como la tenían nuestros ancestros, solo hasta los trece meses la columna lumbar es rectilínea y hasta los ocho años de edad, alcanza en promedio su curvatura normal.

Este proceso que vivió la especie humana para evolucionar, también lo podemos evidenciar en el desarrollo del lenguaje, la escritura, la motricidad y la psicología; en esta etapa de la infancia se desarrollan  bases solidas para la construcción de la personalidad que dependen de la generación de buenos vínculos familiares; de la misma manera, el paso de la motricidad fina a la gruesa permite en gran medida el desarrollo cognitivo.

Estamos ante un increíble proceso, inigualable al de otras etapas de la vida, presenta una importancia vital para el desarrollo de la especie, pero tomado muy a la ligera, sin una planificación de los padres a la hora de abordarlo o sin una comprensión del papel del juego en el mismo, ya que, el juego constituye la actividad más importante en este ciclo.

En el caso de especies animales con una conformación social, el juego es una preparación para la vida adulta, los lobos o los chimpancés usan el juego en las crías para estimular y perfeccionar las habilidades para la caza o el uso de implementos, entre otras cosas.

En el ser humano, el juego tiene otras funciones más que la preparación o la adquisición de ciertas destrezas físicas o mentales, por ejemplo, los mayas lo utilizaban, entre otras cosas, como un espacio integrado a la práctica religiosa:

El juego de pelota

Los putunes y los toltecas habrían sido los difusores de la práctica entre los mayas.

Simbólicamente, la cancha en forma de hache hacía de acceso al inframundo. En el campo de juego los jugadores podían retar a los dioses de las tinieblas, enfrentarse con ellos, y vencer a la muerte.[1]

Esto da cuenta de los diferentes usos del juego más allá del esparcimiento, como crear y vivir experiencias, gracias a la imaginación y los procesos de identidad cultural fuera del plano material; además, sentir el placer de vivir situaciones de control y descontrol, es decir, combatir y explotar la furia de las destrezas físicas y mentales bajo una situación de control reglada que intenta poner a través de normas, en igualdad de condiciones a los adversarios, y donde se sancionan los intentos de trampa o de propiciar desventaja para atentar contra esa norma. Por el lado opuesto, también generan placer las sensaciones que salen totalmente del control de los individuos como los juegos de vértigo o de azar; esta clasificación de los juegos, en cuanto al control del entorno la describe claramente un autor francés llamado Roger Caillois.

El Juego para el ser humano es lúdico, es decir, es espontáneo y desinteresado, se hace sin ningún fin especifico más que el hacerlo. El juego pone a marchar de manera precipitada sus habilidades mentales: atención, percepción y memoria, también procesos como selección, aducción, correlación y toma de decisiones, entre otras. El futbolista, el actor o el amante que juega en su rol respectivo hace ver fácil lo difícil, disfruta de esa labor y por lo tanto es más satisfactoria y cargada de un significado diferente.

A nivel de desarrollo cognitivo, y hablando específicamente del niño, el juego, según Jean Piaget, puede dividirse en:

  • Juegos de ejercicios: que se desarrollan durante la etapa sensoriomotriz, con estos juegos el niño aprende a manipular objetos, soltar y volver a coger, fortaleciendo grupos musculares necesarios para etapas posteriores, todo por el mero placer de hacerlo. A nivel del pensamiento se desarrollan los juegos de palabras, las repite una y otra vez por disfrute, sin ser consciente de su significado.
  • Juego Simbólico: El placer de repetir se transforma en el de asociar las palabras con significados y significantes que identifica en el entorno, entonces, puede convertir una piedra en un auto de carreras; mezclando funciones y significados, estos juegos permiten también la creación de conflictos para la resolución de problemas.
  • Juegos de reglas: Para Piaget, estos juegos son la actividad lúdica del ser socializado, hay imposición de reglas establecidas o momentáneas por un grupo social, pueden desarrollar habilidades sensoriomotrices como el correr, saltar, reptar, patear, empujar, halar, lanzar, recibir y bailar, entre otras, o intelectuales, como asociar, tomar decisiones, desarrollar atención y memoria.

Lamentablemente, todavía el juego es visto como algo simple o carente de importancia, cuando en nuestra sociedad se escuchan frases tan comunes como: Solo fui un juego para él (ella) o ¿Usted cree que estoy jugando?, se denomina al juego como algo retrógrado o incluso improductivo.

Teniendo en cuenta la importancia del juego en el ser humano, y más aún en el proceso de aprendizaje del neonato, los padres de familia deben hacerse responsables no solo brindando el tiempo o las condiciones de seguridad adecuadas para el juego; es necesario conocer la importancia de los primeros vínculos afectivos de ellos con sus hijos por medio del mismo.

Los aprendizajes más importantes se dan en la infancia, y los padres de familia carecen de preparación. Culturalmente, esta actividad de la crianza se da producto del azar por la poca importancia que se le da a la elección de pareja.

A este respecto, El taller: Centro de Formación Afectiva, ofrece una alternativa muy fundamentada, para trabajar conscientemente en el concepto del oficio de ser padres y las repercusiones reales, tangibles que esto tiene en el cambio social.

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Helman Yefren Eslava